La empatía autómata. Jóvenes tras las pantallas

Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas (A. Einstein)

¿Cuántas veces hemos visto en la televisión una noticia que nos ha dejado de piedra o que nos ha escandalizado profundamente relacionada con las nuevas tecnologías de la comunicación?, una noticia cómo que un grupo de adolescentes graban una agresión y las suben a distintas redes sociales, o que se ha filtrado una foto de contenido sexualmente explícito de una alumna que termina convirtiéndose en viral y en manos de todos los alumnos de un  instituto, o tal vez, la muerte de un adolescente por el mal clima de clase y la constante persecución a través de redes sociales, que todos los alumnos conocían pero que finalmente nadie denunció.

No es una novedad que la prensa o los medios de comunicación intenten acercarse y plasmar determinados fenómenos sociales y de esa forma poner en alerta a la sociedad manifestando o resaltando algunas conductas o cuestiones que consideran de interés sobre la juventud, la forma en la que los adolescentes se divierten, sus preferencias y motivaciones, las diferentes formas de relacionarse entre ellos o de gestionar el tiempo libre.

Por su parte, la comunidad científica trata de no perder el tren en un campo que cambia día a día, y de forma vertiginosa, investigando lo que difícilmente puede ser “apresado”, con el fin de dar sentido a nuevas conductas sociales que, de una u otra manera en cada generación, van surgiendo.

Relaciones intergrupales y ciberbullying …

Los datos que se exponen a continuación son los extraídos de los cuestionarios para el estudio de la tesis doctoral Relaciones intergrupales y ciberbullying en el alumnado de la ESO. Dicha investigación se realizó en 14 institutos de la Comunidad de Madrid, recopilando información de un total de 2.257 alumnos, de los que bien se podría vaticinar un augurio bastante pesimista. No obstante, hay que tratar de buscar el lado positivo; ya que, teniendo los datos y cifras y, por ende, conociendo el problema, podemos idear y crear nuevas formas de actuación para que el panorama mejore, aunque sea solo un poco.

En mi experiencia, ser presuntuosa y dar las cosas por sentado nos hacen un flaco favor en la vida y, por supuesto, más cuando se trata de algo tan complejo como el trabajo con jóvenes. Por eso, debemos tener presente, en primer lugar, lo frágiles que son las relaciones humanas y más cuando se enfocan en la etapa adolescente.

En ese período, todo es un mar de dudas, una “agonía”, decían ya los primeros sociólogos de la juventud, casi insostenible, contagiada de un sufrimiento que, en la mayoría de los casos, es excesivo. Se pasa del amor al odio en segundos y las lealtades y amistades son tan cambiantes como las corrientes en el Mar del Norte.

Inicialmente, cuando se planteó la investigación, el panorama pintaba bien. La mayoría de los alumnos entrevistados afirmaban que se llevaban bien con sus compañeros de clase, un 86% frente al 14% que expresaba que las relaciones eran malas (dato en absoluto desdeñable).

Cuando se les preguntó por el número de amigos que tenían en el instituto, se les hizo notar que había que diferenciar los contactos que tenían en Facebook, Snapchat o los seguidores de su cuenta de Intagram, de aquellos amigos a los que llamarían si, por ejemplo, “tuvieran que enterrar un cadáver a las dos de la mañana”. Los chavales jóvenes, al menos según mi experiencia, reaccionan muy bien a este tipo de analogías un tanto extremas, ya que ellos mismos SON EXTREMOS, aunque rara vez lo admitan así formulado. Todos los que se dedican a la docencia y al trabajo con adolescentes saben muy bien de qué hablo y, por supuesto, los padres también.

De forma descendente los alumnos admitían que tenían 6 o más amigos en el centro, en un 78%, seguido de márgenes cada vez menores; con un 20%, aquellos que tenían entre 2 y 5 amigos y un 2,5% que no tenían amigos o solo uno en el centro.

Resulta curioso cuando estos datos se extrapolan a los cursos de la ESO y al sexo. En ese punto de la investigación surgen muchas dudas ¿ influye el sexo en el número de amigos?, ¿quiénes tienen mejores o peores relaciones, los chicos o las chicas, ¿la edad y por ende el curso de la ESO estarán relacionados con la calidad de las amistades y con el número de amigos?

Por lo que muestran los datos, los chicos tienen mejores relaciones que las chicas. No obstante, a la hora de cuantificar las amistades, podemos deducir de los datos obtenidos que las chicas son más “selectivas” a la hora de delimitar el número de amigos, siendo las puntuaciones más altas en las opciones de ningún amigo o solo uno y de 2 a 5 amigos. Los chicos, por el contrario, parece que no solo tienen mejores relaciones, sino que, además, tienden a aglutinar una mayor colección de amigos.

Ahora bien, en lo que respecta al curso de la ESO sería muy arrogante afirmar que podemos facilitar un dictamen cerrado afirmando que hay una etapa más conflictiva que otra o un curso peor que otro. No obstante, en la muestra con la que se trabajó, los alumnos parecen presentar en la primera etapa de la ESO, paradójicamente, un mayor número de amigos y, sin embargo, peor calidad en las relaciones. Por suerte, observamos que, con el paso del tiempo, la efervescencia desaparece y se amansan. En el segundo ciclo de la ESO comienzan a ser más selectivos con los amigos y, por ende, las relaciones mejoran sustancialmente.

Cuando se trabaja con adolescentes (y con personas de todas las edades, en general), se tienen dos vías para obtener información: la diplomacia o, dicho de otra forma, plantear las cosas de forma comedida, y la pregunta directa, como si fuera un tiro a bocajarro.

En la investigación, se usaron las dos vías, la activa y la pasiva. Inicialmente, se les preguntó de modo genérico si han sido testigos o han sufrido determinadas situaciones. ¿Por qué no se establece una diferencia? Primero, porque esa pregunta pretendía relajarles y, segundo, además de ejercer cierto efecto placebo, el objetivo era prepararles, creando un clima adecuado y de naturaleza más “sincera”, para las preguntas más directas.

Una vez estaban concienciados de si habían sido espectadores o víctimas y sin matizar si su rol era activo o pasivo, se les preguntó indirectamente por las emociones o sentimientos cuando habían ocupado el rol de agresores. Como se observó, un porcentaje relativamente alto, el 66%, dijo que no se había metido con nadie o no había acosado a nadie a través de la red, lo cual nos deja con la friolera de un 34% de alumnos, nada más y nada menos que la tercera parte de ellos, que sí admitían este tipo de acciones, 762 adolescentes para ser exactos.

La RAE dice en primer lugar que la empatía “es la identificación mental o afectiva de un sujeto con el estado de ánimo del otro” y, en segundo lugar, que es la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. Ahora bien, según los datos, ¿son los alumnos plenamente conscientes, y, entre ellos, los agresores, de los efectos o las emociones que puede sentir una persona que es agredida a través de los medios telemáticos? Sin género de duda, la respuesta es sí, lo son.

Por orden de importancia, los alumnos que responden que las víctimas de agresiones pueden sentirse mal en un 22%; que se sienten solos o aislados, en un 15%; tristes al igual que indefensos, en un 14%; enfadados, en un 5%; y solo una escasa minoría, un 0,5 % (9 alumnos), llega incluso a plantear la posibilidad de que, ante una agresión, la víctima no sienta NADA.

No obstante, lo verdaderamente preocupante, según todos los datos obtenidos, y tras comprobarse el hecho de que los alumnos sí tienen en cierto modo consciencia de las emociones de los demás y que las cifras de participación en agresiones son muy elevadas, es comprobar la inacción de los alumnos ante dichas agresiones, un punto en el que se trata de insistir en las más recientes campañas de concienciación.

Había un ítem en el cuestionario que les preguntaba de forma clara y directa:

¿Qué sueles hacer cuando un compañero intimada a otro?

Un nada despreciable 40% afirmaron tratar de mediar de alguna forma en la situación y un 15%. tratar de avisar a alguien, quedando el porcentaje de aquellos que trataban de hacer ambas cosas al mismo tiempo en el 4,5%. ¿Y el resto? El resto, ni más ni menos que el 40,5%, afirmó no hacer absolutamente nada

¿Hasta que punto influyen las variables de sexo y curso en estos últimos datos?

En lo que respecta a la ESO, no se llega a un dato concluyente o a un curso que pueda considerarse como especialmente “pasota”. Pero, en lo que respecta al sexo, sí pudimos observar que son los chicos los que manifiestan más claramente su tendencia a no intervenir con un 22% frente a un 8% de las chicas. No obstante, y a pesar de la no intervención, cuando hay un “resquemor moral” de que tal vez deberían hacer algo, los porcentajes son levemente mayores en las chicas que en los chicos. En el resto de las preguntas en las que los alumnos exponen su propia intervención o que avisan a alguien para que medie en la situación, las chicas obtienen puntuaciones superiores.

Un 18% de las chicas avisan a alguien para que se haga cargo y el 42% trata de mediar en la situación frente al 12% de chicos que avisa a alguien y el 38% que trata de mediar en la situación.

Después de todo lo visto hasta aquí surgen unas cuantas dudas. Especialmente, cómo podemos enfocar y tratar estos aspectos de manera eficaz. Fue Martin Luther King el primero en manifestar un pensamiento que más tarde expresarían, con diferentes fórmulas, bastantes personalidades mundiales: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.

Siendo honestos y sin dejar ni por un instante de apoyarnos en los datos extraídos en la investigación, nos parece verdaderamente preocupante la inacción de los alumnos, el silencio que guardan cuando ven que alguien es agredido en las redes sociales y cómo algunas veces, lejos de no hacer nada, llegan incluso a grabar las agresiones con sus teléfonos móviles o hacen capturas de pantalla de críticas realmente horribles, convirtiéndolas casi de inmediato en un meme viral.

A lo largo del tiempo y más desde que las tecnologías forman parte de nuestro día a día se han probado distintas metodologías y planes de acción para detectar, trabajar y mediar con las conductas agresivas; la más reciente es la propuesta por la fundación ANAR y Mutua Madrileña para luchar y prevenir los casos de acoso y ciber acoso escolar. En esta metodología se trabaja, además del intento de con diferentes fórmulas para la detección precoz, con la denuncia de los espectadores, con la idea de que los testigos ayuden a la víctima brindándole apoyo o denunciando la situación aisladamente o de manera conjunta ya que los jóvenes que sufren este tipo de agresiones suelen guardar silencio un promedio de un año.

Nos encontramos, por lo tanto, ante unos jóvenes, que manejan conceptos y son conocedores de las emociones de los demás, pero con pocas o nulas herramientas de actuación ante las situaciones de conflicto o violencia.

De todo lo hasta aquí expuesto emanan muchas preguntas de gran calado para el futuro de nuestras aulas ¿Cuál es el momento preciso en el que nuestros adolescentes se convierten en meros autómatas voyeurs y pasivos tras las pantallas de sus Smartphones? ¿Cuándo tomaron los dispositivos móviles y electrónicos el control de nuestras vidas haciendo que la generación más conectada y, con más acceso a la información sea a la vez la más alejada y solitaria de todas? ¿Desde cuándo la felicidad se mide en “likes”?… Muchas, muchísimas son las preguntas y múltiples las respuestas, pero, sobre todo, surge la GRAN pregunta; ¿Y ahora que…? Ahora que estamos viviendo el “gran salto” de los inmigrantes digitales a la así llamada “generación Z”, digitales puros, “nativos” digitales,  ¿Qué impacto tendrá esto en todo lo anterior en el futuro?

 

Autora: Irene Barbero Alcocer

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